Retazos 3. La gran aventura

Todavía recuerdo, como si hubiesen apenas pasado unas horas, las miradas que Morella y yo nos dábamos. Nerviosos, extraños, incrédulos, esperábamos en un pasillo oscuro de aquella clínica en la Avenida Lecuna. Nos encontrábamos en Caracas, nuestra amada ciudad, por pocos días. Creo recordar que eran los primeros días de enero. Aquel diciembre en Caracas nos había vuelto a la vida. Su clima, el Ávila, los amigos. Más de una vez, tras la llegada desde Puerto Ordaz, nuestros cuerpos se habían fundido en el tierno y maravilloso abrazo del amor. Respirábamos juventud, energías y soñábamos como locos. Queríamos una humanidad justa, sin violencia. Creíamos que era posible y luchábamos por ello, cada día, cada hora, cada minuto. Nuestras vidas privadas ya no eran. Todo era de todos y no supimos forjarnos nuestro propio espacio, que poco a poco fue languideciendo y otorgando terreno al colectivo. Pero aquella vez, en Caracas, nos reunimos con nosotros mismos de nuevo y esa reunión era el reencuentro del amor apasionado. Nuestras pieles, bellas, altaneras, se sabían dar amor cuando se les permitía.
Habíamos planificado todo para tener un hijo en el tiempo “oportuno”, creyendo que ese momento era una suma de circunstancias “adecuadas” para cada quien: tener más dinero, que no obstaculizara el desarrollo de Morella como dirigente, que no limitara las actividades de Emilio, que no nos impidiera viajar a dónde hiciera falta, y un enorme etcétera. Pero, tras esfuerzos, métodos y sistemas, Morella no quedaba embarazada. Tomamos la temperatura, usamos pastillas, horarios, dietas, consultas permanentes y nada. Como nuestras vidas estaban tan llenas, por los cuatro costados, y creíamos que el futuro era eterno, lo dejamos así, para otro momento quizás, sin darle mucho más importancia.
Aquel diciembre el Ávila rozaba a un cielo azul intenso, un cielo navideño, típico de nuestra Caracas de entonces. Morella y yo vivíamos juntos, (no nos casamos sino 22 años después) y ni tan siquiera podíamos imaginar que un largo camino, duro, empedrado y maravilloso nos uniría. Ahora, tras unas noches de farra y juergas con amigos, nos mirábamos a los ojos, sin saber qué pasaba con su cuerpo, que había estado devorando hallacas y pan de jamón sin parar.
La doctora salió a nuestro encuentro y nos dijo que Morella estaba embarazada. Entonces, las rigurosas planificaciones, los militantes del futuro, los trabajadores de los demás, se quebraron en mil pedazos de amor y los ojos se nos llenaron de lágrimas.
En algún día de diciembre de 1983 comenzó la gran aventura de Carlos Alberto. Nueve meses más tarde, un 29 de agosto de 1984, tras catorce horas de trabajo de parto, en un quirófano con el doctor y yo mismo, Morella entregó nuestra criatura al mundo exterior. Nunca más volvimos a ser los mismos. Ahora éramos una familia. Y aunque nos faltaban duras pruebas y yo, siempre tan pequeño, tan iluso, cometí tantos y tantos desatinos, pudimos amar, vivir intensamente, sentir y  ver crecer a esas maravillas, que son nuestros dos hijos. Me duele ver tantos niños, jóvenes y adultos, perdidos en el mundo de los sin-padres. El vacío es tremendo. O bien porque los perdieron demasiado pronto (siempre los vamos a perder) como es mi caso, o bien porque nunca les tuvieron (abandono físico o emocional).
Morella y yo somos unos privilegiados. Hemos construido una familia. Tal día como hoy, cuando escribo estas líneas, hace 22 años, Carlos Alberto comenzó a respirar el aire complicado y confuso de este, nuestro mundo. Quisiera haberle dado más, más, más. Quisiera no haberme equivocado tanto, no haber planificado tanto el futuro de la humanidad y dedicarme más al suyo. Quisiera haberle evitado el duro trago del inmigrante sin estatus legal. Pero quiero que sepa por siempre, que hasta que la luz se apague en mis ojos, daré gracias a la vida por haber podido compartir, en este universo inconmensurable, un planeta, un cielo y una familia con él.

Un comentario

  1. Los padres que todo lo hacen por amor a sus hijos no cometen errores sino que aprenden junto a ellos.

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