Una lágrima
Cuatro, cinco, seis, ¿seis? ¿Cuántos van?.
Cada vez que se iniciaba me decía a mí misma que contar alejaría el dolor. No tanto el físico – pienso ahora – sino aquel que generaba la impotencia de saberme completamente desbordada, incapaz de evitar un manotazo o la inclemente correa fustigando mis nalgas, una y otra vez, una y otra vez; y a fuerza de repetirse, de igualarse, de su monotonía, perdía la noción del número único, del “anterior” al siguiente.
Hoy comprendo que me era imposible evadir el dolor.
La habitación, mi eterno e insípido refugio, se transformó en el lugar donde éste podía expresarse libremente, fluyendo en manantiales de lágrimas que, a la verdad, me gustaba sentir correr por mis mejillas. Entonces, transportada, ocurría lo inesperado: alguna lágrima traviesa, ajena al sufrimiento y peor aún, irreverente, escogía el camino equivocado y se deslizaba por un costado de mi nariz, para de pronto tomar el centro, a su manera. Se detenía brevemente y como cavilando su osadía se aprestaba a saltar, desde la punta. Concentrada en esa única gota, esa atrevida, casi sintiendo vértigo frente al abismo, contaba hasta que se lanzara, libre, al suelo, …nueve, diez, once.
Cada vez que se iniciaba me decía a mí misma que contar alejaría el dolor. No tanto el físico – pienso ahora – sino aquel que generaba la impotencia de saberme completamente desbordada, incapaz de evitar un manotazo o la inclemente correa fustigando mis nalgas, una y otra vez, una y otra vez; y a fuerza de repetirse, de igualarse, de su monotonía, perdía la noción del número único, del “anterior” al siguiente.
Hoy comprendo que me era imposible evadir el dolor.
La habitación, mi eterno e insípido refugio, se transformó en el lugar donde éste podía expresarse libremente, fluyendo en manantiales de lágrimas que, a la verdad, me gustaba sentir correr por mis mejillas. Entonces, transportada, ocurría lo inesperado: alguna lágrima traviesa, ajena al sufrimiento y peor aún, irreverente, escogía el camino equivocado y se deslizaba por un costado de mi nariz, para de pronto tomar el centro, a su manera. Se detenía brevemente y como cavilando su osadía se aprestaba a saltar, desde la punta. Concentrada en esa única gota, esa atrevida, casi sintiendo vértigo frente al abismo, contaba hasta que se lanzara, libre, al suelo, …nueve, diez, once.
Emilio Ortiz Guinand, algún momento de junio-julio de 2002