Reflexiones sobre Gmail, Google y las libertades
He leído en Barrapunto una nota acerca de un grupo de treinta y una organizaciones que han solicitado a Google suspenda el servicio de Gmail debido a que éste puede conllevar a una violación a las libertades civiles, en particular el derecho a la privacidad del correo electrónico. Cuando he visto la página con la solicitud me percaté que se trata de una carta de abril de 2004. Así que pensé, “clavo viejo”. Pero luego leí los comentarios en Barrapunto y por ello me animo a escribir al respecto, que creo que me vienen al pelo para decir unas cuantas cosas que he estado pensando.
Los argumentos tienen su centro en un plan que el buscador pensaba (o ¿piensa?) llevar adelante el cual implicaba escanear electrónicamente los e-mail del usuario e insertar en ellos publicidad apropiada al contenido rastreado. Otras observaciones, en la solicitud, hacen referencia al eventual uso de los datos personales retenidos, como parte del proceso, por Google.
Comienzo por señalar que me parece un exabrupto, de una “ingenuidad” mayúscula, la exigencia de “suspender” el servicio de Gmail. Tal vez no era tan “ingenua” como parece y se trataba de una de esas manipulaciones de los “competidores” por sembrar desconcierto y confusión en el momento que Gmail intentaba abrirse paso. Aparentemente, entre las organizaciones firmantes hay algunas que no rechazan la retención de datos. A este respecto, dejo absolutamente claro que no estoy de acuerdo con solicitar la suspensión de un servicio ampliamente utilizado y eficiente.
Pero dicho esto, quiero dejar también absolutamente clara mi posición respecto a escanear el contenido de los correos personales y referirme a Google y algunos argumentos de quienes han salido en su defensa.
Definitivamente, estoy categóricamente contra rastrear, bajo ninguna forma y pretexto, el contenido de los e-mail, sea ejecutado por la empresa o institución que sea. Tal hecho sí me parece, a todas luces, una abierta violación a las libertades civiles y al respeto al carácter privado de la correspondencia, sea en papel o por medios electrónicos. Si a esto agregamos que pretendían (o ¿pretenden?) colocar publicidad, inferida a partir del contenido del e-mail, estamos hablando de un soberano abuso por el cual, de llevarse a efecto, utilizaría otro servicio de correos.
Una vez aclarados mis puntos de vista sobre el tema, quiero reflexionar sobre las reacciones de una importante franja de internautas (al menos de habla española) ante la noticia – un tanto añeja – en lo que se refiere a Google.
En los comentarios a la noticia en Barrapunto se dicen cosas como:
“Seguro que en un par de intentos digo un par de empresas que donan generosas cantidades a estos defensores de la privacidad… Para que ataquen a Google…
“Porque por ahora no han aparecido ni Brin ni Page por mi casa obligándome a usar GMail“
“…debo añadir, como usuario de GMail que soy, que no tenía constancia de
que fuese obligatorio usar GMail. No recuerdo que en su día Google me pusiera una pistola en la sien para invitarme a usar su nefasto servicio de espionaje.”
“Me da igual que una máquina lea mi correo. Yo he escogido usar GMail.”
La suerte de argumentos va por el estilo y supongo que al que diga lo contrario le tildarán de crápula al servicio de Microsoft o del Gobierno Federal. Lamentablemente hay gente para la cual sólo existe el blanco y el negro y son víctimas de la manipulación comercial que tanto quieren espantar.
¿Es cierto que como nadie nos obliga a usar Gmail, Google puede hacer con su empresa y su servicio de correos lo que le venga en gana? ¿Es razonable que, como yo acepté voluntariamente usar Gmail, debo aceptar lo que eventualmente hagan con mis correos y datos? ¿Es cierto que, como Google ha respetado la privacidad de los datos retenidos, puedo darle un cheque en blanco de confianza para que siga reteniendo datos? ¿Es verdad que, como Google promete en la declaración de uso de Gmail, no compartirán los datos con terceros (a menos que los obligue la Ley)?
Debo señalar, antes que nada, que no pongo la manos en el fuego por ninguna empresa, por “no evil” que diga ser. Allá aquellos que se creen el cuento de “nuestro objetivo es el bienestar del usuario” o sin ir muy lejos “nosotros lo que buscamos es velar por el sacro santo derecho de los autores a no ser robados.” Todo eso son sandeces, para los que quieran tragarlas. Sea Google, MSN, Yahoo!, Cisco, AOL, etc., todas buscan lucrar y en ello importan poco los principios, los valores y los derechos. Por encima de ellos están las ganancias, a cómo dé lugar.
Ahora vamos al razonamiento ese de que “nadie me obligó”. Cuando usted envía correspondencia o un paquete, y utiliza un servicio privado, de su gusto, espera que el contenido llegue a destino sin ser abierto o revisado. Si se trata de textos, que implican pensamientos, de la índole que fueren, usted exige respeto a la intimidad. Si Federal Express le dijese que a partir de mañana escanerán sus paquetes, cartas y documentos, para insertar publicidad en ellos, me temo que buscaría otro servicio.
Cuando yo acepté el servicio de Gmail, me prometieron respeto a la privacidad del contenido de mi correspondencia. Si al ofrecerme Gmail, Google me hubiese dicho que rastrearía – con máquinas o humanamente – mis correos, lo habría rechazado de plano. El argumento de “nadie me obligó” es insulso y superficial. Nadie obligó a los norteamericanos a votar por Bush, por ello ¿debemos aceptar la guerra?. Nadie les obliga a comprar CD de música. ¿Debe, por tanto, el comprador de un CD aceptar sumisamente el cánon impuesto en España, o más aún, aceptar el concepto de Propiedad Intelectual de las corporaciones de la cultura?
Pero, en el fondo hay un argumento, que pareciera de oro: Google y las otras empresas, buscan ganar dinero, están en su derecho y el nuestro es aceptarlo o no.
Permitáseme decir que cuando usted usa los servicios “gratuitos” de Google, eso la hace ganar dinero. Los fundadores y creadores del buscador están ahora, de acuerdo al último listado de la revista Forbes, entre las personas más ricas del mundo (al menos van por el número 26 y 27) con casi 13 mil millones de dólares en su haber cada uno. Ese dinero, junto con el que posee Google en valor accionario y las empresas que día a día engulle, es producto de la rentabilidad que la dan los cibernautas al usarlo ampliamente, en todo el planeta. Somos nosotros quienes les hemos otorgado ese poder tan inmenso y que les está permitiendo transformarse en uno de los monopolios más gigantescos y omnipresentes de los que se tenga memoria.
Yo uso Google, utilizo Gmail. Su software me parece excelente en la mayoría de los casos, aunque desconfío siempre en tanto no es software libre. Pero que me guste y lo utilice no significa que callaré mi boca ante una elemental violación del principio del respeto a la intimidad.
He sido administrador de redes. Como tal, podría haber leído el correo electrónico de los usuarios, introducirme en sus sitios, ver las imágenes que guardaban en los directorios, leer sus documentos. Pero no lo hice jamás. Los colegas o estudiantes que utilizaban la red, partían del hecho de que yo respetaría los elementales principios de privacidad, aunque ellos bien sabían cuando abrieron sus cuentas de usuario, que yo podía fácilmente hacer casi lo que me viniese en gana. Si Google, por mencionar a la más poderosa empresa de Internet, (pero lo mismo vale para Yahoo!, MSN, etc.,) que debe tener un grado de responsabilidad un millón de veces mayor que la que yo poseía en una intranet, viola los derechos civiles a su antojo, ¿qué mundo estamos construyendo?.
Por último. No creo en las promesas de Google. Hace apenas unos meses, el buscador decía que en su declaración de principios: (hacer clic para agrandar)
posteriormente cambió el texto, por uno “adecuado” a sus nuevos intereses de mercado en China.
Cuando la blogosfera y el cibermundo minimizan o suavizan los desmanes de Google, sólo aprietan un poco más la soga a su propio cuello. Sergey Brin y Larry Page caen bien, no son pesados como Ballmer o Gates. Su software es bonito y funcional. Tal vez sea inevitable y la especie humana, también en Internet, busque su Dios, su referencia única. Será el triste fin del proyecto descentralizado y un poco anárquico, pero democrático y libre, de la red global.