Ha muerto el verdugo Pinochet
No hago fiestas con la muerte de nadie, ni siquiera de aquellos a los que aborrezco, pero siento el deber de manifestar, en ocasión de la muerte del ex-dictador Augusto Pinochet, que ahora lo que quedará de él en la historia es su papel de verdugo, asesino y torturador de su pueblo. Mientras más escale la especie humana los peldaños de la razón y la libertad, más quedará hundida su persona en el fango de la bestialidad. Su paso por este mundo ha sido infame. Su vida significó el martirio de miles, sin que le importara en lo más mínimo. Su pertenencia a la humanidad es discutible. Forma parte de la categoría de monstruos que parió el siglo XX, pequeños aprendices de Hitler y Stalin. Él, junto a los siniestros militares del “proceso” en Argentina y Uruguay, cuyas víctimas fueron arrojadas al mar o torturadas hasta morir, deberían haber pagado sus crímenes antes de desaparecer, pero el arte de la política y las conveniencias, en no pocas ocasiones impiden la justicia.
Por más flores que rodeen su féretro, su imagen y su nombre quedarán manchados de sangre inocente, por los siglos de los siglos y ese es su peor castigo: ser repudiado por la humanidad.
Muere uno, nacen 100. El mundo parece un niño huérfano, perdido y débil, paseándose de la mano de estas bestias, y cuando al fin está por desatarse, otra peor viene y nos arrastra a todos a la oscuridad.
Que la historia haga justicia con Pinochet.