El regalo del 65
Aquél cumpleaños fue especial. No es que los otros no lo hubieran sido. Antes que mi padre muriera, mi madre se encargaba de agasajarme a su manera: una torta (pastel) de chocolate de la Pastelería Williams, y diversos obsequios que usualmente eran comprados en el Bazar Yolka. Mamá combinaba un amor irreductible con una sobreprotección constante. Jugaba con mis primos que vivían al cruzar la calle, pero no me permitían “la calle”, de ahí que aprendí a jugar solo, a estar mucho tiempo conmigo mismo y a reflexionar permanentemente sobre el mundo que me rodeaba.
Los bachacos eran mis amigos y les colocaba uno a uno en mi brazo, en una larga fila, para verlos marchar en procesión y bajar por mis dedos a la tierra del jardín. Visitaba las chicharras que gustaban aferrarse al enorme árbol situado a la derecha del frente. Mis soldaditos, generalmente vaqueros e indios, surcaban esos maravillosos parajes llenos de tierra negra, verde césped, flores silvestres.
Aprendí a representar a los diferentes personajes de mis juegos, les creé historias y les hice dormir en mi cama. Tuve dos íntimos amigos: Tommy y el Cucaracho. El primero era un títere y el segundo un escarabajo de plástico verde con pintas rojas, del tamaño de mi mano. En mi vida estaban presentes, por supuesto, los héroes de la televisión, que en ese entonces habitaban un mundo sin color, en un blanco y negro mate que hasta hoy me sigue cautivando. Supercar sobrevolaba los cielos impartiendo justicia, usando los últimos avances tecnológicos para combatir el mal. Yo adoraba la decisión de Mike Mercury y su arrojo conduciendo el super vehículo que podía volar, sumergirse o transitar por tierra.
También escuchaba música. Mi curiosidad me llevó a indagar en aquellos larga duración de música clásica, música popular italiana, viejos discos de cuentos infantiles (en 78 revoluciones por minuto), la voz de mi propio abuelo y por supuesto, Cri-Crí, el grillito cantor. Pero de todas esa vivencias, juegos, exploraciones y descubrimientos, mi fascinación recaía en los libros.
Grandes, pequeños, ilustrados y sin ilustrar. No recuerdo a qué edad leí Heidi o la Isla del Tesoro, Los Tres Mosqueteros, o Los Viajes de Gulliver, si sé que fue antes de los diez años. Además, tuve la fortuna de heredar unos tomos, simplemente maravillosos de una colección titulada El Libro de Oro de los Niños. Podía pasar horas ojeando sus páginas y leyendo ávidamente aquello que me llamaba más la atención.Tal vez por eso, aquel 20 de abril de 1965 fue tan especial.
Mi hermano Rafael, según creo recordar, fue a la planta alta de nuestra casa a avisarme que bajara a la biblioteca que mamá me esperaba allí. Me moría de nervios, sabía que estaban “pendientes” los regalos de mi cumpleaños y tenía la certeza de que esa llamada no era otra cosa que el momento de presentarme mis obsequios. Bajé haciéndome el desinteresado. No sé por qué, pero me gustaba aparentar distracción ante la cercanía de un evento de esta naturaleza. Al entrar en la biblioteca vi a mi hermano mayor, José Enrique y a su lado varias enormes cajas cerradas. Mamá observaba con curiosidad. José me dijo: “Este es tu regalo de cumpleaños”. Me costó abrir la primera caja, grande y fuerte.
Contenía catorce tomos, inmensos tomos, de algo llamado “La Nueva Enciclopedia Temática”. Estaba temblando de emoción. Abrí uno, lo olí seguramente (sigo teniendo esa costumbre) y sonreí. Mi hermano continuó: “Hay más”. Así fueron apareciendo un atlas mundial, una colección de novelas de Julio Verne, Alejandro Dumas, Herman Melville y otros, y una colección denominada “Mis primeros conocimientos”, que abarcaba desde un tomo dedicado a la astronomía, hasta trucos de magia y juegos, pasando por experimentos científicos caseros. Todavía recuerdo que estampé mi firma en todos los libros y la fecha “20 de abril de 1965”. Hoy en día puedo afirmar con absoluta sinceridad y certeza que todos aquellos libros fueron devorados por mis ojos en interminables lecturas en el transcurso de los años siguientes. La enciclopedia la atesoré hasta venirnos a Estados Unidos y para mi dolor se destruyó por la negligencia y descuido de la persona a la que se le pagó por el depósito y almacenamiento de todos nuestros recuerdos y los de mis suegros.
Hoy cuando escribo estas líneas, he girado poco más de 60 veces alrededor del Sol, nuestra estrella local y nuestra fuente de luz y vida. Hace cincuenta, recibí el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida. Todavía escapan las lágrimas por mis mejillas al recuerdo de esa felicidad. ¡Qué efímeros son tales momentos! ¡Qué pronto se esfumaron los sueños y las palpitaciones del corazón por aquellos días! Dentro de todo, fui afortunado y por ello queda la ventaja de atesorar lo vivido. Estas líneas son sólo un testimonio para que esta gran alegría nunca se olvide y en cierta forma quede perpetuada, en lo que cabe, en la historia pequeña de un niño, su mundo y su familia.
Me encantan este tipo de historias, me permiten tener una idea vívida de como eran mis abuelos, tíos y familia mucho antes de yo llegar a este mundo. Como dicen, recordar es vivir, aunque sea a través de cuentos y anécdotas de alguién cercano. Gracias por compartir tus vivencias y recuerdos (a veces dolorosos otros felices), nunca dejes de hacerlo mengoua! Feliz cumpleaños 20-04-2015!
Pienso en el niño que a los 30 y 40 y hasta 50 tantos, abre sus cajas y gavetas, últimos refugios de la auto-desintegración de su (nuestro) linaje, y siembra sus contenidos en el presente (y en el futuro); escribe en las paredes verdades minúsculas y fascinantes de una micro-constelación familiar tan particular y de seguro latiendo con una materia tan universal.
Pienso en el niño leyéndole a sus niños. Páginas viejas y nuevas, y entre tantas líneas, entre tantas voces, asomando «Cómo fue de pequeño tu papá» y abriéndose las posibilidades de todo lo que se puede ser. Aquella misma felicidad reencarnada inscribiéndose en las meta-páginas de nuestra propia historia.