El oficio de ser padre
La verdad sea dicha, nunca hemos celebrado el día del padre. La indiferencia de Morella y mía al respecto, se difundió a nuestros hijos que se enteraban de esa fecha especial por los eventos en el colegio o la inundación de propaganda para vender productos para “el Rey papá”.
Independientemente de sus orígenes, y como casi toda cosa que toque nuestros sentimientos, el mercado se encargó y se encarga de prostituirlo para llevarnos de la mano a las tiendas a comprar regalos para nuestro progenitor masculino. Pero no es menos cierto, que a pesar de ello, puede ser una ocasión para refrescarnos el sentimiento, la nostalgia, el amor por quien en muchos casos dejó algún tipo de semilla sembrada, con la mejor intención del mundo.
Somos mamíferos. Deberíamos cuidar de nuestras crías, con nuestra propia vida si es necesario. Quitarnos el pan de la boca para otorgarlo a nuestros hijos. Pero la especie humana ha dado sobradas muestras de su condición de mamífero “sui generis”. Ha mostrado ser capaz de abandonar a su suerte a sus crías, de envilecer sus vidas con prejuicios y dogmas, de arruinar sus anhelos y posibilidades con afiladas tijeras para cortar alas.
Así que, el Día del Padre, no es más que una generalización, para honrar a quien con su semilla nos ayudó a venir al mundo. Mas, padre, el que está allí para mostrarnos sus aciertos y equivocaciones, con amor indecible, es el depositario, sin duda, de este día de recuerdo y gratitud.
Mis hijos me han hecho saber, casi cada día de la vida, que soy papá. He sido feliz al tenerlos y cumplir el oficio de ser padre. Cuando eran niños fui niño para jugar, no como una obligación, sino como la materialización de la comunicación, la creación de un estrecho y firme cordón de amor y comprensión. Tuve la suerte de entregarme y no permitir que hubiese actividad o trabajo que me apartase de asumir la dicha de educar y ser educado con y por mis hijos. Tuve que aprender mucho. Me di golpes y tuve traspiés. Dudé a menudo de lo que hacía y cómo lo hacía, pero el amor era y es la base. Descubrí a esas personitas con sus puntos fuertes y débiles, con su “yo” cada vez más “yo”. Aprendí a pedir perdón y regañar con autoridad. Conocí la paciencia y el difícil arte de ser metódico y persistente. Respeté escogencias diferentes a las mías y abrí mi mente, mi pensamiento, al mundo nuevo que me ofrecían.
Tengo dos hijos, son dos tesoros, dos maravillas de la vida y del amor. Tienen de nosotros (su madre y yo) marcas de amor, de ideas de justicia, de humanidad, pero van más allá con sus propias visiones, sus anhelos y experiencias. No hay trauma en ellos porque sus padres sean ateos, o porque hayamos vivido 23 años sin casarnos (sólo lo hicimos cuando nos veníamos a Estados Unidos). Saben que su padre ama sin límites a su madre, y que amó a otra mujer a la que le debe mucho. Entienden que su padre casi no tuvo padre y madre, y que a los 16 años ya estaba solo, viendo cómo aprendía a vivir y a ser.
Tengo dos hijos decididos a volar. Que practican el pensamiento crítico, y no aceptan el autoritarismo.
Me habría encantado ser padre de una niña. Planificamos demasiado el futuro y creímos que tendríamos siempre tiempo…
Soy padre, a mucha honra. Y sé que mis hijos me lo reconocen cada día.
Tanto que decir pero más allá del texto, en una vida para estar orgulloso, agradecido y compartir. Por ahora: ese es mi papá!
Excelente decisión la de no celebrar ese día. Al mayor de mis sobrinos, cuando era pequeño, también le enseñamos que el día del niño son todos los días pues él era niño todos los días.
Y muy agradable leer la nota de Carlos Alberto, de quien guardo grato recuerdo de su niñez cuando comenzaba a ir a la escuela y mantenía desde esa etapa una excelente dicción. Lo extraño.
Gracias Gustavo por esos interesantes comentarios que siempre haces. Sí, ciertamente todos comentaban acerca de la dicción de Carlos, jaja, ahora le bromeamos con eso.