Derroche, derroche por doquier
La pasada noche, cuando estuvimos de visita en las oficinas, en aquello de limpiar, nos encontramos con los basureros de la cocina repletos y pesados. Las bolsas estaban llenas, pero no de “basura” propiamente. El contenido que hubiese venido muy bien a cualquier depauperada familia, constaba de bolsas de café, envases de mostaza, crema para el café, endulzante y demás yerbas. Todo nuevo, sin usar, pero ahora dañado por haberse mezclado con jugos sucios y restos de inmundicias. A inicios de la semana la oficina recibió una remesa “fresca” de productos y qué mejor alternativa que deshacerse de la vetusta. No importa que su fecha de “expiración” datara de meses a futuro. Lo “nuevo” siempre es mejor. Eso me recuerda que tan sólo un par de semanas atrás también llegaron novísimas cafeteras, en sus lustrosas cajas y respectivos manuales y garantías. Las “viejas” funcionaban, pero al parecer, el café sabe mejor si se hace en esas maquinitas blanquitas, sin manchas.
Les hace falta pasar por una guerra. En mi casa no se botaba nada. Ninguna sobra. Todo iba a la nevera con la idea de comerlo al día siguiente o dos días después, o «reciclarlo» en una nueva receta. Mi madre solía decir (cuando nosotros, los hijos, nos burlábamos de la cantidad de potecitos con comida que ella se empecinaba en guardar) «¡es que yo pasé una guerra!» Y sí, efectivamente, mis padres vivieron y sufrieron la terrible Guerra Civil española.