Mi posición frente a la carta de Silvio Rodríguez a Ruben Blades sobre Venezuela.

Silvio Rodríguez se tomó el tiempo de responder a Ruben Blades acerca de la postura que éste último ha sostenido frente a la situación venezolana, referidas en una carta al presidente, Nicolás Maduro. Con una parte de la izquierda ávida de encontrar un sustento sólido que dé justificación a la represión desatada por el gobierno venezolano, las palabras del autor y cantante cubano no son para Blades, son para esos sectores.

La carta – intentando polemizar con Blades – se enfoca en un tema central: ¿Qué es una revolución? para luego abordar la cuestión de la “revolución” social y Venezuela.

Pienso demostrar cómo la carta de Silvio es maniqueísta, burla la realidad y extrapola conceptos para ajustarlos de manera forzosa a Venezuela. El objetivo de Silvio es justificar la represión gubernamental desde un punto de vista “histórico” y la instauración de la dictadura como una manifestación práctica de ello.

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Venezuela: ni más independiente, ni soberana.

Quiero en este momento, y con todo el respeto que merecen los jóvenes que arriesgan sus vidas en las calles de Venezuela enfrentando a la dictadura madurista, hacer un breve paréntesis para reflexionar sobre uno de los más agobiantes problemas que condenan a la economía venezolana. Su traducción política desmiente el nacionalismo de que hacen gala los líderes chavistas y su gobierno. Comencemos con la pregunta: ¿Es Venezuela más independiente y soberana que hace 30 años? ¿Qué hay de toda esa alharaca de Maduro y los oficiosos representantes del chavismo-madurismo, acerca del “imperio” y la soberanía popular?

Arpa, cuatro, maracas y Bolívar.


Los regímenes nacionalistas, no son nacionalistas per se, es decir, no los motiva una fibra patriótica que les lleva a enarbolar las bondades de la llamada “patria”. Su nacionalismo va estrechamente ligado a una circunstancia político-social que les mueve a utilizar todo el arsenal vernáculo, para llevar a cabo sus objetivos. En algunas ocasiones pueden jugar un papel progresivo para el desarrollo de un pueblo, pero sus límites son cortos y siempre acaban por traicionar sus propias huestes.

La historia ha demostrado cuan perverso puede ser el uso del nacionalismo. Hitler y Mussolini fueron un claro ejemplo de dictadores, al frente de poderosos movimientos políticos y sociales, que usaron los atributos y glorias pasadas de sus regiones para cohesionar a sus pueblos tras de sí. Los símbolos patrios se volvieron una obligación, al igual que hacer de las tradiciones una religión y auto-proclamarse herederos y continuadores de las mejores épocas de sus terruños. En  Italia, por ejemplo, Mussolini apeló a las muy viejas glorias del imperio.

En el caso de las naciones latinoamericanas hay una diferencia importante: el nacionalismo puede estar directamente relacionado con la soberanía de los países, su independencia económica frente a los grandes centros de poder político y económico mundiales, en especial respecto a los Estados Unidos de América. No es mi intención y escapa a mis posibilidades actuales, cavilar acerca de cómo las respectivas burguesías latinoamericanas surgieron, en mayor o menor grado, a la sombra de los grandes poderes económicos mundiales, Gran Bretaña a principios del siglo XX por ejemplo, o EEUU. Una parte importante de esa burguesía nació íntimamente ligada a los intereses de esas potencias y  se enriquecieron jugando el rol de “facilitadores” de la explotación extranjera de recursos en sus naciones o asociados a negocios en los que las jóvenes repúblicas quedaban siempre en desventaja. De tal manera que el nacionalismo en Latinoamérica tiene una connotación de soberanía, de reafirmación de la nación frente a los poderes mundiales.

Dicho esto, permítanme recordar la pregunta inicial: ¿Es Venezuela hoy en día más soberana que hace 30 años? Desde que Chávez asumió el poder, la proliferación de la “venezolanidad” identificada con la música criolla, los símbolos patrios, y la exaltación de su héroe sempiterno – Bolívar- no ha parado. Su difusión sobrepasa a las ejecutorias del fallecido presidente Luis Herrera Campíns que nos hizo escuchar el himno cada seis horas por radio y televisión, entre otras cosas. Pero esto es alimento para las grandes masas, en especial cuando se tienen las arcas del Estado repletas de dinero. Se puede repartir y dispensar, incluso llevar a cabo obras impensadas en los gobiernos anteriores, todo bajo un fondo de música llanera, o tambor barloventeño o tal vez un polo oriental o un vals andino.  Pero nada de eso representa soberanía, independencia o avance económico.

La clave de la dependencia venezolana está en la maldición de sus recursos naturales, o más bien, la maldición de los que han administrado esos recursos. No digo nada nuevo cuando pongo sobre el tapete el hecho de que mientras se dependiera de la venta del petróleo, Venezuela estaría condenada, tarde o temprano, al marasmo y el desastre económico. Siendo una nación rica en tan diversos renglones, desde la fuerza de sus ríos, tierras fértiles, sabanas extensas, amplia costa marítima, recursos minerales, Venezuela tenía todo para progresar ininterrumpidamente. Pero obtener ingentes cantidades de dinero por vender un recurso codiciado por el mundo le hizo una nación de burgueses haraganes y parásitos del Estado, siendo este último un enorme aparato de clientes, ávidos de recibir una tajada del ingreso de la gran tienda de venta de petróleo. Ahora preguntemos: ¿Qué hizo Chávez para cambiar esto?

Si examinamos las grandes medidas del gobierno y sus planes de desarrollo: NADA. Por el contrario, se desmanteló todo aquello que podía significar un piso para la diversificación y desarrollo de otras áreas de la economía. El centro de toda su orientación se basó en vender y recibir. Y se embriagó tanto de riquezas, por la coyuntura favorable que le tocó vivir en su primera etapa, que se dio el lujo de comprar apoyo político con petróleo. Pero más que eso y esto es lo importante: no sólo no hizo nada por independizar a Venezuela de la venta de su recurso natural por excelencia sino que hipotecó más aún a la nación venezolana, escuchando los cantos de sirena de otras potencias, también imperiales: China y Rusia.

 

Una estatua y una medalla.


En una nota, publicada por el diario El Nacional, del 7 de octubre de 2016 podemos leer:
“En una ceremonia celebrada en Sabaneta, el presidente Nicolás Maduro develó un monumento del fallecido presidente Hugo Chávez Frías, una estatua de aproximadamente 6 metros de altura. La efigie, construida por el gobierno ruso en la plaza Hugo Chávez en la capital del estado natal del difunto mandatario venezolano, está hecha de bronce y granito. […] En Moscú, Rusia, se encuentra una igual.”

A simple vista suena como un tributo ruso a las buenas relaciones con el gobierno chavista-madurista, pero si investigamos un poco encontramos ciertas claves para la comprensión del futuro.
“El enorme monumento de bronce y granito, que muestra a Chávez (1954-2013) de pie con el puño izquierdo en alto, es obra del escultor Sergey Kazantzev y fue financiada por la empresa petrolera Rosneft por encargo del presidente ruso, Vladimir Putin.” (El Nuevo Herald)

Durante la ceremonia para develar el monumento a Chavez, el presidente Maduro aprovechó la oportunidad para informar acerca de “… la creación del premio ‘Hugo Chávez de la Paz y la Soberanía de los Pueblos’, en honor a su antecesor fallecido, y propuso al presidente ruso, Vladimir Putin, para ser el primer galardonado.” (El mundo.es)

Una estatua y una medalla, ambos expresión de unas relaciones particulares con Rusia y especialmente con Putin, a quien Maduro consideró merecedor obvio de la entrega del primer galardón “Hugo Chavez a la paz y soberanía”.

“Yo creo desde ya que este premio hay que entregárselo (…) a un líder que creo es el líder más destacado que hay en el mundo de hoy, luchador por la paz, luchador por el equilibrio del mundo, constructor del mundo pluripolar, multicéntrico”

Pocas horas antes, ambos gobiernos firmaban un acuerdo en el que Rusia invertiría unos 20 mil millones de dólares en Venezuela, antes de finalizar el año 2020. Se trataba de una financiación para adelantar proyectos petrolíferos y de gas en Venezuela.

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El fin de Bin Laden y el renacer de la esperanza.

La muerte de Osama Bin Laden, ejecutada a manos de un cuerpo élite del ejército de Estados Unidos, los Navy SEALs, fue saludada con el regocijo de las multitudes –de todas las etnias y razas de la Nueva York cosmopolita– quienes festejaron en las calles, entre risas, llantos y remembranzas de sus hijos, hermanos, padres, madres, esposos o esposas, asesinados vilmente en el acto terrorista que cambió la faz del mundo para siempre, el 11 de septiembre del año 2001. Con todo derecho, el pueblo norteamericano ha celebrado la muerte del asesino Bin Laden, que supo aprovechar el resentimiento contra Estados Unidos en el mundo árabe para fomentar, bajo las banderas del fundamentalismo, el terrorismo sangriento e irracional. Con el fin de lograr su cometido, se otorgó a sí mismo el derecho de disponer de las vidas de civiles e inocentes a lo largo del planeta y buscó exacerbar el odio y la intolerancia entre sus seguidores. Como todo fanático, estimuló la obediencia y la fe ciega en sus preceptos y disposiciones y se sirvió de la religión para sus fines. Las religiones, que preconizan la aceptación ciega de las doctrinas, son siempre un vehículo ideal para enfrentar a los seres humanos.

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Despertar sin Jaruselski

Esta es la segunda de las “Notas polacas”.
En diciembre de 1988, el Partido Comunista polaco, muy a pesar suyo, se vio obligado a buscar conversaciones con los líderes de las poderosas huelgas obreras que sacudían a Polonia. El supuesto “gobierno de los trabajadores”, presidido por Wojciech Jaruselski, había intentado impedir sin éxito la creciente ira de los obreros que, desafiando el totalitarismo, crearon un sindicato independiente del Estado y del todopoderoso Partido Comunista, llamado “Solidaridad“. Meses después, en un hecho sin precedentes, los otrora poderosos gobernantes, se reunían con los dirigentes de las huelgas, y se sometían a los designios del verdadero nuevo poder emergente: el del sindicato Solidaridad, con Lech Walesa a la cabeza. Era el comienzo del fin del infame dominio soviético sobre Polonia, herencia del estalinismo. Los gobernantes títeres, quienes habían sometido a su propio pueblo y cometieron crímenes para perpetuar su poder, ya no podían acudir a su amo ruso para que les sacara la pata del barro. La Unión Soviética estaba en apuros económicos, militares y políticos y no se podía dar el lujo de invadir, como antes lo había hecho en Checoslovaquia (1968), o en Hungría (1956).
Jan Grzebski, trabajador de ferrocarriles, cayó en estado de coma en 1988, cuando esta historia apenas y mostraba su primeras cartas. Fue víctima de un accidente con un vagón y los médicos no le dieron a su esposa buenas noticias: su esposo moriría casi con seguridad. Aunque tal pronóstico no se cumplió, Grzebski vivió en coma durante los últimos 19 años, hasta el 12 de abril de éste, cuando “despertó”.

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Notas polacas

En estas dos semanas he visto pasar un conjunto de temas que hubiese deseado abordar en Extemp”F”oraneo, pero los días pasan, como el paisaje visto por la ventanilla de un tren, y algunos episodios quedan atrás y no podemos asirlos de la misma forma, una vez que nuevos sucesos se agolpan en las estaciones que pasan frente a nuestras narices; pero hay dos hechos singulares, ambos relacionados con Polonia, que no quiero ni puedo dejar de mencionar, así que, aunque sé que con mucho es una noticia vieja ya en la red, aquí va la primera nota:

En memoria de Rutka Laskier


Ahora tendría 78 años. Habría, con bastante probabilidad, tenido hijos y nietos. Habría amado y sufrido, como todos amamos y sufrimos, los dos ingredientes que se entremezclan en la suma de momentos de nuestras vidas. ¿Qué habría estudiado? ¿Cuánto mundo habría conocido? Tenía derecho a soñar, todos lo hacemos. Aun a pesar del hambre, la miseria, las calles rotas o los muros de la segregación y la estupidez, podemos soñar. Rutka Laskier era judía, tenía catorce años y desgraciadamente vivía en Polonia, en 1943, ocupada por los Nazis, la cual se habían repartido previamente con Stalin, sólo para luego dar un zarpazo a su “aliado temporal” e invadir la Unión Soviética. Los polacos fueron víctimas dobles, del nazismo y el stalinismo en ese entonces. Los judíos polacos fueron los parias. Los nazis se ensañaron contra ellos y los concentraron en el llamado Gueto de Varsovia, al cual aislaron del mundo con un muro y alambre de púas (algo que los judíos no deberían hacer a nadie, jamás). Allí quedaron a merced del hambre y las enfermedades. El Gueto se levantaría contra los nazis y tras lograr algunos avances, sucumbirían a la ira de Himmler quien ordenaría quemar los edificios y destruir los refugios. La población del Gueto fue sistemáticamente aniquilada, enviada a los campos de exterminio, a trabajos forzados (hasta morir) o a las fábricas a laborar como mano de obra esclava.
Rutka vivía allí, con sus catorce años a cuestas, la edad de mi hijo menor. Testigo de la barbarie que observaron sus ojos, escribió un diario de 60 páginas durante cuatro meses. Algunos de sus párrafos retratan el horror:

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Más de cien. Mujeres de venezuela



El pasado miércoles 8 de marzo se efectuó en Caracas la presentación del libro “Más de cien. Mujeres de Venezuela.”, patrocinado por Bancaribe. Sus autoras, Cristina Guzmán y Silda Cordoliani, han hecho un esfuerzo significativo para recuperar la memoria y el rastro de un selecto grupo de mujeres venezolanas que, en diversos campos y quehaceres, jugaron un rol protagónico en la hechura del país. El libro tiene, en mi opinión, la virtud de mantener a flote o incluso rescatar del olvido, no sólo a personajes fundamentales en la vida de Venezuela, sino especialmente a mujeres, aquellas que por serlo, tienden a ser más fácilmente olvidadas por una nación que tan rápidamente ha lapidado sus propias raíces. Tuve el honor de recibir una invitación para la presentación, aún a sabiendas, por parte de sus autoras, que no me sería posible asistir. Mas, lo importante es que en el libro, mi madre y mi tía, Ana Teresa y Josefina Guinand, fueron seleccionadas para formar parte de ese grupo de “más de cien” venezolanas ilustres. No pocas veces he sentido cómo, el paso inexorable del tiempo emborrona y diluye los recuerdos, los ecos de las voces que forjaron la radio y la televisión en Venezuela. Mi querida madre y mi tía fueron pioneras en un mundo de hombres y lograron marcar su impronta y mostrar su excepcional calidad. Su aparición en este libro es un reconocimiento y una bandera plantada en el suelo: para no olvidar, para recordar que hay un poco de ellas en lo que fuimos y somos.
¡Gracias Silda Cordoliani y Cristina Guzmán!

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