Volver a Crosby.

Suelo revisitarme a menudo. La nostalgia vive en mi piel como una capa que subyace, colindando con las venas, con la sangre, con las entrañas. Mis reencuentros son generalmente dramáticos y generalmente únicos en su esencia: son míos y para mí, no hay espacio para el presente y menos aún para el futuro. Son viajes en el tiempo y mis agujeros de gusano, esos que me permiten saltar el espacio-tiempo y tocar mi adolescencia o mi niñez pueden ser un olor, una sonrisa, una fotografía, una melodía y alguien que haya dejado su huella imborrable en los surcos de mis dolores, ilusiones, amores y sueños.
Facebook y la socialización digital son la antítesis de eso. En no pocas ocasiones derrumba muros de amor, corta a hachazos la hiedra del tejido de historias y vivencias, para servir en un plato vulgar, chismoso y banal lo que tuvo gracia, pasión, dolor y amor.
En no pocas ocasiones, lo confieso, la tragedia de la especie humana me persigue en forma de depresión, y debo remontar la cuesta cada día, queriendo creer en Asimov, en Sagan, en Star Trek y Spock, en El Mago de Oz y Robinson Crusoe, en Michael Ende y Momo y la Historia sin fin, en las pinturas de Van Gogh, en la justicia simple de las aventuras de caballería y en un Edmundo Dantés disfrazado de Conde, para vengar con su poder la impunidad de los malos y redimir el dolor.
Pero cada día la oscuridad se recrea, la nada sigue avanzando invadiéndolo todo y hasta algunos de nuestros viejos hermanos son arrollados por ella, para disipar todo vestigio de la humanidad que reconocimos alguna vez y desbarrancan al borde del abismo y de la barbarie.
En uno de esos días sin contornos, con patéticas figuras de espanto, vino a tocar David Crosby al Lincoln Center, en un concierto gratuito, para cerrar la temporada de espectáculos del verano nuevayorquino.
Había sido una semana dura, de mudanza, entre los estrechos espacios de vivienda en la ciudad, intentando ganar un pedazo más de cocina, tal vez un ambiente para una sala y hacer acojedora nuestra nueva cueva.

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So long Orlando

Lake Eola - Orlando

En los próximos días vamos a iniciar una aventura. Hace 14 años nos vinimos a Estados Unidos a construir una nueva vida, casi desde cero. Dejamos a nuestros familiares, a los amigos del alma y una buena parte de lo que llaman “afectos”, para descubrir otro mundo y brindarle a nuestros hijos oportunidades que difícilmente obtendrían en el ambiente y perspectivas de la Venezuela de aquel presente y eventual futuro. Algunos imbéciles nos reclamaron que veníamos a “limpiarle el culo a los gringos”. Me gusta recordarlos con cierto desprecio, por su pobre visión, su provincianismo y mediocridad.

Hicimos lo que tantos inmigrantes han llevado a cabo: trabajar duro, en el submundo, caminando no pocas veces en círculos, deseando de pronto la compañía de un amigo, el apoyo de un compañero, para subir los peldaños de una escalera que parecía interminable y angustiosa.

“De nada les va a servir lo que saben”, vociferaban los que desalentaban los altos horizontes porque ellos no podían ver ni querían ver más allá de los límites de su pobre rutina. Pasamos años duros, largos y extenuantes. No teníamos nada, sólo la esperanza y confiar en nuestras propias fuerzas.

La Florida, primero en Melbourne y luego en Orlando, fue el puerto de llegada y despliegue. Nuestros hijos han volado. Cada uno lucha y construye su mundo, rompiendo rutinas prescritas y convenciones esperadas. Para nuestra satisfacción y orgullo, ambos creen en sí mismos lo suficiente para tomar las riendas de su vida con respecto a sus ideales y navegan más allá de lo imaginado.

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El retorno

Time Square 1937

“En recuerdo de mi padre, Emilio Ortiz, ahora que nos vamos a vivir a Nueva York”

El 29 de octubre de 1938 mi padre dejó la ciudad en la que había vivido la mayor parte de su vida para inaugurar una aventura musical que cambiaría su destino. Atrás quedaba pues Nueva York, el Bronx, las borracheras con los otros músicos, durante y después de la “ley seca”. En alguna parte de la metrópolis quedaban dos hijos pequeños y una mujer que le amó. Sus hermanos no le volverían a ver jamás y el duro mundo de aquel osado inmigrante boricua se disiparía en una Venezuela alegre, provinciana e ingenua, que le recibiría y regaría con el elixir del amor y la prosperidad.

El “nuyorrican” Emilio Ortiz se fue, así no más, con su mezcla de caribe y sabor de urbe cosmopolita, con el amargo de la papa-nycdiscriminación de West Side Story y el dulce aroma de las notas sacadas a aquellas cuerdas, de una guitarra con sangre latina.

En un extraño devenir de circunstancias, un rastro de su sangre vuelve a las calles que pateó más de una vez. ¿Por cuántos de esos rincones deambuló? ¿En cuántas noches se asomó un atisbo de futuro en su mente e imaginó un porvenir de descendientes?

Tengo una sensación extraña, de nostalgia, descubrimiento y sorpresa. En cierta forma presiento que el cierre de un círculo viaja de mi mano. Como un magneto que atrae sin piedad a una brizna de hierro, voy a ti, Nueva York. En algún lado de la ciudad corren gotas de la misma sangre que viaja por mis venas.

Creo que siempre quise volver.

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La masacre de Orlando y la fanfarronería de Donald Trump

AR-15 rifles

El dolor por lo ocurrido en la ciudad de Orlando, donde hemos vivido los últimos 11 años, abarca la profunda pena por la muerte de tantos seres y el horror que causa el saber que una mente desquiciada por el odio pudo hacerse fácilmente con todo el equipo necesario para la muerte, sin que nadie le impidiera llevar a cabo su siniestro plan.

Si visitamos de nuevo las últimas masacres perpetradas en los Estados Unidos, encontramos la constante de que han sido fomentadas por el odio (sea racial, sea sexual, sea religioso) y también hallaremos el factor común de la enorme facilidad con que sus protagonistas, mayormente personas desequilibradas, se han hecho del armamento sofisticado para cumplir sus crímenes. La sociedad a su vez ha quedado indefensa por los cuatro costados: más de una vez los autores habían estado bajo la mira de los cuerpos de seguridad, o alertados por diversas pistas, pero al final se ha hecho caso omiso, se ha aflojado la vigilancia y la burocracia ha triunfado.

Luego de cada ataque y su secuela de muertes, se reanuda la discusión acerca de la venta de armas en nuestro país. Pero todo parece una letanía que se repite una y otra vez, esperando a la próxima pesadilla que, como los terremotos, volverá a presentarse, sin que sepamos dónde y cuándo. Pero sí sabemos que será facilitada por al menos dos factores: la libertad para adquirir las armas para asesinar en masa y el combustible de odio que incite a los terroristas internos o externos, a planificar la muerte de seres humanos, por su color, por su preferencia sexual, por su condición religiosa o por una retaliación injustificable.

trumpAhora, cuando sentimos la impotencia de que casi nada podemos hacer para detener esta horrenda espiral de barbarie, sale el eventual candidato a la presidencia por el partido Republicano – Donald Trump – a decir que Estados Unidos debe prohibir el ingreso al país de todo inmigrante procedente del medio oriente, a la vez de acusar a toda una confesión religiosa, los musulmanes, del terrorismo. Donald Trump habla como un ignorante y petulante bravucón al que le importan un bledo los hechos, la historia, la sociedad y sólo ve en el horizonte los posible votos de los más atrasados y reaccionarios, dispuestos a seguir a quien les ofrece una aparente seguridad frente a todos sus temores.

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El humo que me afectó la garganta

Hace pocos días Orlando amaneció cubierta por una espesa capa de humo blanco, parecido a la neblina, pero oloroso a madera quemada e irritante. El cielo dejó de ser azul para convertirse en un feo manto blanquecino, acompañado de un calor agudo – un día soportamos 98º Fahrenheit, 37º Celsius -. ¿La razón? Un enorme incendio forestal en el vecino estado de Georgia, más al norte. Al principio el humo cubrió la costa este del norte de la Florida, pero un cambio en la dirección del viento lo empujó hacia la Florida Central. En esta foto, publicada por el Earth Observatory de la NASA, puede verse, desde el espacio, la magnitud del fuego y el alcance del humo, causante de mi malestar de garganta. La imagen es del equipo de MODIS Rapid Response, del Centro de Vuelo Espacial Goddard. Advertencia: al hacer clic sobre para ver la fotografía completa se cargará un archivo grande que requiere un buen ancho de banda.

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¡Nuevas fotos! Festival de arte en Winter Park

100_7042.jpgEl pasado 16, 17 y 18 de marzo se efectuó el 48 Festival Anual de Arte en las calles de Winter Park (48th Annual Winter Park Sidewalk Art Festival), una hermosa localidad al noreste de Orlando. Al igual que el año pasado nos fuimos hasta allí, a disfrutar de los trabajos presentados y a holgazanear entre sus calles de ensueño. Sólo pudimos asistir el primer día que, tuvimos la suerte, fue hermoso.
En estas pocas imágenes intento mostrar pedacitos de Winter Park, con sus rincones que verdaderamente enamoran.

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